Ay, otra vez la muerte, esta vez en forma de apegos. Quizá parezca perverso, siniestro o más bien es mi manera de no borrar a las personas que se han adelantado en el camino. Por ejemplo podría haber borrado dos teléfonos de mi celular, pero no puedo porque tenerlos significa estar cerca de mis dos amigos. Cada vez que busco a David y aparece el David muerto, pienso: ¿será momento ya de despedirme? Entonces finjo demencia y lo dejo como si esperara oír su voz para vernos pronto. Por supuesto también me niego a borrar a Roberto. He pensado en marcarles, pero no soportaría escuchar otras voces que no fueran las de ellos, ni tampoco oír sus voces desde la dimensión desconocida. Pero eso no es todo, tengo una tarjeta anaranjada del Pájaro, otro compa que voló mientras tomaba un baño. Me niego a tirarla; la guardo en mi cartera pensando que tal vez lo llegue a necesitar pronto.
Y siguiendo con lo bizarro diré que al morir mi papá decidí guardar unos cuantos cabellos; ni siquiera se los corté estando muerto, es más ni siquiera me despedí. Recuerdo que un día en el jardín de la casa de mi mamá encontré cabellos, creí que eran las plumas de algún pajarraco, pero cuando los toqué y vi las canas supe de quién eran. Entonces apareció la imagen de mi mamá cortándole el cabello. Así que los tomé y los puse en una libretita como de bautizo con una imagen de un Cristo en éxtasis. La guardé durante mucho tiempo, hasta que un día me censuré por siniestra y la tiré. Tiré las canas de mi papá. Hoy soy incapaz de borrar a mis otros muertos.