domingo, 25 de marzo de 2012

Reflexiones de cocina



En el acto de cocinarle a alguien 
hay un sincero acto de amor.

lunes, 19 de marzo de 2012

"Preferiría no hacerlo"

Todos los días hay una historia que dibujo en mi mente, la escribo sin escribir, le pongo un comienzo y me enredo en el desarrollo, a veces pienso en el final. Entonces llega esa angustia producida por no ser capaz de transmitirla en una hoja de papel, en la pantalla blanca que tengo frente a mí. ¿Quién es escritor? ¿Quién se sienta todos los días frente al teclado aunque sea 10 minutos o quien escribe las historias desde su imaginario?

Inevitablemente me viene Bartleby a la cabeza -el personaje del cuento de Herman Melville- a la memoria y su rebeldía a negarse a escribir y a contar sobre su vida, contestando siempre: “preferiría no hacerlo”, el síndrome de Bartleby, como le llama Enrique Vila Matas.

Escribo desde que iba en la primaria. Recuerdo que lo hacía en un cuadernito Stylo con un paisaje cursi al frente y hojas blancas donde no temía escribir, y con plumones las hojas se llenaban de letras, vayan ustedes a saber dónde quedaron mis cuadernos, porque junté varios.  Durante la secundaria los cuadernos fueron mis amigos más cercanos, incluso en la universidad y unos años más allá.

Hoy tengo cuadernos con hojas que esperan la tinta y que aún siguen vírgenes y no saben cómo me angustia saber que la hoja sigue en blanco. Extraño mi cama individual allá en Satélite, repleta de papeles y yo en medio, con un cuaderno y una pluma escribiendo durante las noches, cuando el síndrome de Bartleby no había hecho acto de presencia.

Dice Vila Matas que “escribir es hacerse pasar por otro, escribir es dejar de ser escritor. Es algo terrible pero que recomiendo a todo el mundo, porque escribir es corregir la vida -aunque sólo corrijamos una sola coma al día-, es lo único que nos protege de las heridas insensatas y golpes absurdos que nos da la horrenda vida auténtica (debido a su carácter de horrenda, el tributo que debemos pagar para escribir y renunciar a parte de la vida auténtica no es pues tan duro como podría pensarse) o bien, como decía Italo Svevo, es lo mejor que podemos hacer en esta vida y, precisamente por ser lo mejor, deberíamos desear que lo hiciera todo el mundo : ‘Cuando todos comprendan con la claridad con que yo lo hago, todos escribirán. La vida será literaturizada. La mitad de la humanidad se dedicará a leer y a estudiar lo que la otra mitad de la humanidad habrá escrito. Y el recogimiento ocupará la mayor parte del tiempo que será así arrebatado a la horrible vida verdadera. Y si una parte de la humanidad se rebelase y se negase a leer las lucubraciones de los demás, mucho mejor. Cada uno se leería a sí mismo’”.

Hoy la cama es matrimonial y geográficamente pasó del norte al centro de la ciudad; no hay papeles desperdigados, ni un labrador en medio de ellos, sólo yo y las voces que oigo a lo lejos de mis vecinos poetas dedicados al oficio de escribir y de mi chico que escribe de noche, aunque sea durante unos minutos sin temerle al teclado y al cansancio acumulado, porque escribir es un ejercicio que debe hacerse frecuentemente, de otra manera los dedos se atrofian, la mente se distrae y en una de esas llega Bartleby haciendo un "no" rotundo con la cabeza.
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