viernes, 18 de septiembre de 2009

Síntomas


Sales de casa. Caminas, te subes al metro. Observas las manos que se sostienen para no caer a cada frenón; la mayoría, morenas. Te fijas si tienen arrugas, si las venas sobresalen. Miras las tuyas con sus venas-angulas. Te da por revisar también los vientres de las mujeres; en la calle, en el banco, en un bar, en el super. Antes no te fijabas en esos detalles, ahora es una constante. Deseas no heredar el vientre abultado de tu madre, pero las historias no tienen por qué repetirse, piensas.

Un día una prima te contó que los labios se adelgazan con los años. Estaba consternada porque creía que los suyos comenzaban ese proceso. Observas tu rostro traga años reflejado en el vidrio del vagón, tus labios y la forma de tus orejas, te miras de perfil, sumes la panza, te angustias porque no quieres crecer. Hay una veinteañera enfrente con el vientre tan plano como si lo hubieran amasado con un rodillo. La envidias. Sin embargo la chica que está a tu lado apenas si logra respirar a través del pantalón de emo anoréxico que no logra disimular las lonjas. Te sientes orgullosa de no tener su cuerpo y de sostener el tuyo con dignidad. Sales del metro, caminas con decisión a la farmacia donde venden la crema de noche, la de día, la antiarrugas, la antimanchas, la del cuello y el bloqueador solar. En el fondo guardas cierta esperanza de verte joven gracias a ilusiones de más de mil pesos.

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