viernes, 23 de noviembre de 2012

De entre todos los nombres


Te busqué en los hombres que usaban bigote, especialmente los entrados en años, en los bigotes que se mojaban con el café y aquellos que dejaban entrever cierto misterio. Confieso que más de una vez pensé que estabas frente a mí, sobre todo cuando la mirada de ellos se encontraba con mis ojos estrábicos. Quizá me veían con extrañeza, o tal vez con ternura ante mis ojos desubicados.
Recuerdo haber visto contigo una película del Viejo Oeste con pistoleros a punto de morir en duelo. Robé la idea de ahí. Hice tu retrato con los lápices Berol de doble color, tracé tus lentes de pasta, tu nariz sobresaliente y por supuesto tus bigotes. Durante varios días utilicé la linterna bajo las sábanas para duplicarte en las hojas del cuaderno a doble raya que usaba para la clase de español. Cuando tuve suficiente material inicié la ruta por las calles de la colonia.
                   SE BUSCA
             POR IRSE DE REPENTE.
  RECOMPENSA: CANICAS, DULCES
  Y MI COLECCIÓN DE ESTAMPAS.
Así fue como tuviste que lidiar con otros “se buscan” pegados en los árboles: compañeros que ladraban, cuartos en renta y ventas de garage. Dejé de pegar hojas cuando vi a un indigente limpiarse las nalgas con tu retrato, entonces me olvidé del Viejo Oeste. Creo que te fuiste a la mierda temporalmente.
Luego vendrían las esquelas. Te buscaba de lunes a viernes en los periódicos que llegaban al trabajo. “Lamentamos el sensible fallecimiento de Juan”, “Nos unimos a la pena que embarga a la familia García” ,“Siempre te estaremos agradecidos, eres nuestro ejemplo.” 
Las palabras se salían de las hojas, yo las tomaba y las acomodaba pensando que quizá habría que resolver un enigma para dar con tu presencia. Solía sentarme en las mesas de la terraza del edificio con un café cargado, cambiaba de hoja con la esperanza de ver tu nombre impreso, pero lo único que obtuve fueron manchas de tinta entre los dedos.
Admito también que busqué inmiscuirme con cuanto Juan se me atravesara, compartir historias, amistad, fluidos, besos, abrazos, tu nombre. Cuatro letras que te daban forma bajo otras figuras pese a que ya habían pasado veinte años desde tu no despedida. Comenzaba a verte borroso.
Mi madre te guardó hasta el fondo del cajón de las fotos y yo fui incapaz de preguntar por temor a ver sus ojos brillar tras el recuerdo de treinta años de matrimonio.  Venían a mí imágenes diluidas de mis once años:  mis tías sentadas frente a mí diciéndome que en el cielo recibían a cierto tipo de personas. Pero yo pensaba en el hombre que fue a la luna y en la perra de la nave espacial, en los papalotes y en los globos de cantoya, en que el cielo no era ni de buenos ni de malos, sino algo que me hacía alzar la cabeza.
Una tarde decidí abandonar las esquelas y la angustia de sentir el vértigo cada jueves en el diván. Regresé a mi colonia de la infancia y caminé persiguiendo la luz del otoño como cuando tenía 11 años.  Un olor tenue a sudor comenzaba a extenderse por mis poros, sin embargo seguí caminando. Las casas aún conservaban las rejas de antaño, sobresalían negocios nuevos. Me topé con algunos hombres lavando sus autos. Mi colonia seguía conservando las mismas pretenciones: una mezcla barata de clase media y sueños americanos.  Finalmente llegué al sitio. Me encontré al padre con quien hice mi primera comunión, me llamó por mi nombre y me condujo hacia las escaleras. Al bajarlas sentí cómo me alejaba del sol y me acercaba a las entrañas de la tierra.
Noté la frialdad del mármol y la densura de los más de mil nombres que habitaban ese recinto. Pude escuchar sus murmullos preguntándose a quién buscaba. Varios de ellos me juzgaban por no haber visitado antes al nombre en cuestión. Oír mi respiración entrecortada me ponía de nervios, pensé que me iba a colapsar.
Estuve más de una hora buscándote. A punto de darme por vencida vi las azucenas, esas flores le gustaban a mi madre. Entonces supe que allí estabas. Vinieron los recuerdos; yo en mi casa y los demás en el hospital, yo haciendo tarea y los demás en el hospital, yo en mi cuarto y los demás con los ojos rojos. No lloré porque pensé que ibas a regresar de un viaje largo. Hoy, en esta luz de otoño y con más de mil nombres cruzándose en mi vista, estoy frente a ti. Vine a desperdirme.





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