lunes, 17 de junio de 2013

Pies sobre la tierra

Odiaba a sus pies. Tanto que cuando iba a la playa los metía dentro de la arena; las sandalias con los pies desnudos no iban nunca incluidas dentro de su maleta, ni en tiempo de calor.  Ana se había acostumbrado a no mirar sus pies, sabía que tenía que tallarlos y cortarles las uñas de vez en cuando, también ponerles zapatos o botas antilluvia.
          Llevaba un tiempo sin salir con nadie. El chico que hacía ejercicio en el camellón la había mirado varias veces sin atreverse a hacerle plática. Hasta que por fin lo hizo. Hablaron durante más de cuatro horas en su primera cita, quedaron de verse al día siguiente y al siguiente.
          Los problemas comenzaron cuando Juan, que así se llamaba el chico, cierta noche quiso besar sus pies, entonces le quitó los calcetines, pero Ana le dio una bofetada que lo mandó al suelo. Resultó que Juan tenía una fijación con los pies femeninos y todas sus mujeres se habían acoplado a sus costumbres y a su podofilia. Para él los pies eran la base de la vida, mientras que para Ana, simplemente un artículo de primera necesidad. Juan quedó desconcertado, pero esperaría a la primera oportunidad para tratar el tema de su filia y del rechazo de su mujer. 
          Un día Ana y Juan fueron a una boda, de esas a las que uno está obligado a ir por compromiso. Se dedicaron a probar cuanto bocadillo pasaban en la mesa y a beber sin mesura. Después de mezclar vino y ron se pararon a bailar cumbia y salsa, se movieron como dos expertos, los invitados los veían con admiración. Sin embargo en una rumba con doble vuelta incluida, Ana perdió la tapa de su zapato y cayó al suelo con las piernas abiertas. No se podía mover, le quitaron los zapatos y ella perdidamente borracha no se percató. Así fue como Juan descubrió que su mujer había nacido en lo más profundo del mar, sus pies así lo indicaban.
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