En bicicleta se puede mirar el mundo más de cerca. Hoy la
ciudad estaba despejada, así que se podía observar a
detalle, como cuando pones una lupa frente a ti y el mundo se agranda.
La calle empedrada sacudía mi cuerpo y me recordaba a los
asientos-vibradores para masaje de los centros comerciales. Nosotras pasamos a
dos ruedas, el hombre pasó caminando en la banqueta. De pronto
cayó abruptamente al piso, nos volteamos a ver sin saber qué hacer ante la
espuma de su boca y los brazos torcidos como poseído. Segundos o quizá un minuto, el hombre, que se llamaba
Lorenzo, estaba extenuado, como si hubiera corrido un día entero.
Lo acomodamos en una barda, le dimos agua. Lorenzo traía una
credencial colgada que decía: Epiléptico. Trabajaba en una constructora pero su
jefe lo despachó ante la amenaza de que cayera de un andamio. Al parecer la altura de la ciudad le
provocaba más ataques. Angustiado porque su jefe le debía 1200 pesos lo
buscó en la constructora sin encontrarlo, tampoco en su teléfono. Era evidente
que su rumbo no era la ciudad de México y que iba a estar mejor con
su esposa e hijos en Oaxaca, su tierra. Las carteras se vaciaron; pusimos el dinero en su bolsita de plástico que sustituía al monedero.
Son las 10 de la noche, quién sabe si realmente Lorenzo se fue a su
pueblo o si estará caminando entre la lluvia esperando a que llegue su jefe a
la constructora para pagarle.