Te busqué
en los hombres que usaban bigote, especialmente los entrados en años, en los
bigotes que se mojaban con el café y aquellos que dejaban entrever cierto
misterio. Confieso que más de una vez pensé que estabas frente a mí, sobre todo
cuando la mirada de ellos se encontraba con mis ojos estrábicos. Quizá me veían
con extrañeza, o tal vez con ternura ante mis ojos desubicados.
Recuerdo haber visto contigo una película del Viejo Oeste con pistoleros
a punto de morir en duelo. Robé la idea de ahí. Hice tu retrato con los lápices
Berol de doble color, tracé tus lentes de pasta, tu nariz sobresaliente y por
supuesto tus bigotes. Durante varios días utilicé la linterna bajo las sábanas
para duplicarte en las hojas del cuaderno a doble raya que usaba para la clase
de español. Cuando tuve suficiente material inicié la ruta por las calles de la
colonia.
SE BUSCA
POR IRSE
DE REPENTE.
RECOMPENSA: CANICAS,
DULCES
Y MI COLECCIÓN DE ESTAMPAS.
Así fue como tuviste que lidiar con otros “se buscan” pegados en los
árboles: compañeros que ladraban, cuartos en renta y ventas de garage. Dejé de
pegar hojas cuando vi a un indigente limpiarse las nalgas con tu retrato, entonces
me olvidé del Viejo Oeste. Creo que te fuiste a la mierda temporalmente.
Luego vendrían las esquelas. Te buscaba de lunes a viernes en los
periódicos que llegaban al trabajo. “Lamentamos el sensible fallecimiento de
Juan”, “Nos unimos a la pena que embarga a la familia García” ,“Siempre te
estaremos agradecidos, eres nuestro ejemplo.”
Las palabras se salían de las hojas, yo las tomaba y las acomodaba
pensando que quizá habría que resolver un enigma para dar con tu presencia. Solía
sentarme en las mesas de la terraza del edificio con un café cargado, cambiaba
de hoja con la esperanza de ver tu nombre impreso, pero lo único que obtuve
fueron manchas de tinta entre los dedos.
Admito también que busqué inmiscuirme con cuanto Juan se me atravesara,
compartir historias, amistad, fluidos, besos, abrazos, tu nombre. Cuatro letras
que te daban forma bajo otras figuras pese a que ya habían pasado veinte años desde
tu no despedida. Comenzaba a verte borroso.
Mi madre te guardó hasta el fondo del cajón de las fotos y yo fui
incapaz de preguntar por temor a ver sus ojos brillar tras el recuerdo de treinta
años de matrimonio. Venían a mí imágenes
diluidas de mis once años: mis
tías sentadas frente a mí diciéndome que en el cielo recibían a cierto tipo de
personas. Pero yo pensaba en el hombre que fue a la luna y en la perra de la
nave espacial, en los papalotes y en los globos de cantoya, en que el cielo no
era ni de buenos ni de malos, sino algo que me hacía alzar la cabeza.
Una tarde decidí abandonar las esquelas y la angustia de sentir el
vértigo cada jueves en el diván. Regresé a mi colonia de la infancia y caminé
persiguiendo la luz del otoño como cuando tenía 11 años. Un olor tenue a sudor comenzaba a extenderse
por mis poros, sin embargo seguí caminando. Las casas aún conservaban las rejas
de antaño, sobresalían negocios nuevos. Me topé con algunos hombres lavando sus
autos. Mi colonia seguía conservando las mismas pretenciones: una mezcla barata
de clase media y sueños americanos.
Finalmente llegué al sitio. Me encontré al padre con quien hice mi
primera comunión, me llamó por mi nombre y me condujo hacia las escaleras. Al
bajarlas sentí cómo me alejaba del sol y me acercaba a las entrañas de la
tierra.
Noté la frialdad del mármol y la densura de los más de mil nombres que
habitaban ese recinto. Pude escuchar sus murmullos preguntándose a quién
buscaba. Varios de ellos me juzgaban por no haber visitado antes al nombre en
cuestión. Oír mi respiración entrecortada me ponía de nervios, pensé que me iba
a colapsar.
Estuve más de una hora buscándote. A punto de darme por vencida vi las
azucenas, esas flores le gustaban a mi madre. Entonces supe que allí estabas. Vinieron
los recuerdos; yo en mi casa y los demás en el hospital, yo haciendo tarea y
los demás en el hospital, yo en mi cuarto y los demás con los ojos rojos. No
lloré porque pensé que ibas a regresar de un viaje largo. Hoy, en esta luz de
otoño y con más de mil nombres cruzándose en mi vista, estoy frente a ti. Vine a
desperdirme.