Recuerdo que cuando era niña me veía en el espejo muy a menudo, casi siempre me ponía a bailar frente a él, usando mi mano como micrófono. Era mi público, pero tembién ejercía una extraña atracción porque pensaba que detrás del espejo había un mundo paralelo, otra dimensión y que quizá en una de esos encuentros me iba a ir de ese lado. Pero no sucedió. Los espejos continuaron en mi vida a lo largo de los años, incluso los cristales de algunos edificios cumplían la función de ver mi imagen reflejada: allí estaban mis cabellos despeinados, las ojeras o el rostro del día. Vanidad, le llaman a eso.
¿Alguna vez se han puesto a pensar de
dónde viene la palabra vanidad y sobre todo, cuál es su verdadero
significado? Vanidad viene del latín vanitas
y el Diccionario de la Real Academia la define como cualidad de vano.
Ser vano es ser falto de realidad, sustancia o entidad; ser hueco, vacío y
falto de solidez. Incluso una fruta de cáscara cuya semilla o sustancia
interior está seca o podrida es vana. Otra definición de la RAE: es algo
inútil, infructuoso o sin efecto; arrogante, presuntuoso, poco durable,
que no tiene fundamento, poco durable o estable. Hasta dentro de la
arquitectura (en ese contexto desconocía el uso de la palabra vanidad) vano es
la parte de un muro o fábrica en que no hay apoyo para el techo o
bóveda.
Y sí, en algún momento, a nuestra manera,
somos vanidosos: a la hora de la foto buscamos nuestro ángulo, si vamos a
una fiesta o a una cena nos vestimos con nuestras mejores galas, en la selfie,
en una cita de trabajo o de romance, al exhibir cuánto sabemos de cierto tema
o enumerar nuestras gracias, cuando vamos a la playa y unas semanas antes
nos ponemos a dieta para vernos como chica de revista. La realidad es que
estos momentos tarde o temprano caducan. El ángulo de la foto caduca
cuando te miras al espejo y ves las arrugas que circundan tus párpados, la
panza sumida para la playa se deshace cuando te abrochas el cierre del
pantalón con dificultad, la cita de amor se vuelve real cuando al día siguiente
miras que a la persona con la que estuviste le apestan los pies o tiene un
hoyo en el calcetín.
Los significados de la palabra vanidad,
sea cual sea su contexto y sus acepciones, tienen algo en común: son
perecederos, temporales y tan huecos como la cabeza de nuestra primera
dama. Son como esos juguetes Made in China aparentemente
hermosos y bien hechos, pero que a la media hora terminan en el bote de
basura. Bien lo dijo el escritor francés Honoré de Balzac: “Hay que dejar
la vanidad a los que no tienen otra cosa que exhibir”. Tiene razón. Yo
creo que todos tenemos algo que mostrar sin mostrarlo, algo que decir sin
decirlo, algo muy adentro, alejado de la vanidad que no es perecedero, eso que
nos hace valiosos. No sé ustedes, pero en mi caso, es más divertido
contemplar los espejos como