Las gotas se deslizan lentamente por su cuerpo como si intentaran detener el tiempo, como cuando cae esa sutil lluvia que termina empapando los huesos. De repente la armonía se rompe cuando ella intuye que fuera de la regadera, para ser más precisos, tras la puerta del baño, alguien la espera. Los pasos, los ecos de afuera respiran tras la madera del piso. Todo respira.
La mujer pela los ojos, apaga la regadera y silenciosamente seca su cuerpo. Espera a que el No Invitado se decida. Sin embargo el No Invitado piensa lo mismo del otro lado de la puerta. Salir del baño o entrar. Uno de los dos tendrá que tomar la decisión.
lunes, 24 de agosto de 2009
domingo, 2 de agosto de 2009
El cuento del abrazo
Ella no alcanzó a disimular su nerviosismo y no pudo quitarse los bigotes de lechuga que colgaban de su boca. Un “hola seco” salió de sus labios, así nomás. Después de saludar, Él decide quedarse en un extremo comiendo con los otros. Ella no le dirige la palabra, tampoco la vista, pero siente su presencia que más bien marca la ausencia.
La vida es triste cuando te quita a alguien abruptamente, piensa Ella. Y entonces para hacer el momento más nostálgico una salvaje lluvia cae, Ellos se guarecen bajo una lona, y es allí donde Ella se atreve a hablarle, a decirle razones, palabras, enojos, rencores, emociones, a odiarlo, a perdonarlo quizá. Frente a los otros se abrazan sin la menor pena, sin importar que hace tiempo no están juntos. Una energía fluye alrededor de Ellos y los invitados se dan cuenta pero se callan aunque Ella esté llorando y quiera perpetuar aquel abrazo, con la absoluta certeza de que esa historia ha terminado.
Doce botellas de vino y dos de champán, pero Ella no está borracha, quizá sensible. Tiene ganas de seguir abrazada, así que decide llamarle a su amigo de ocasión. Llega a su casa y como es costumbre, miran una película, pero esta vez no cogen, él está cansado, Ella tampoco tiene ganas.
En la mañana Ella siente el cuerpo de su amigo y accede, pero su cabeza está en otra parte y evidentemente su corazón. Cinco minutos después el amigo termina y Ella se queda pasmada ante sí misma, ante sus sentimientos, ante su vulnerabilidad, ante su fuerza, ante su manera de olvidar y hacer su vida. El amigo, en cambio, está listo para dormir y para pensar en voz baja, hazte para allá, hay que dormirnos, ya deja de moverte, descansa.
Tranquilo, como si no tuviera el peso de Ella, como si realmente no existiera, el amigo duerme en su cama. Ella, en cambio, no pega el ojo, piensa en el abrazo de hace unas horas, y con certeza concluye que su amigo jamás la abrazará como Él.
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