Las gotas se deslizan lentamente por su cuerpo como si intentaran detener el tiempo, como cuando cae esa sutil lluvia que termina empapando los huesos. De repente la armonía se rompe cuando ella intuye que fuera de la regadera, para ser más precisos, tras la puerta del baño, alguien la espera. Los pasos, los ecos de afuera respiran tras la madera del piso. Todo respira.
La mujer pela los ojos, apaga la regadera y silenciosamente seca su cuerpo. Espera a que el No Invitado se decida. Sin embargo el No Invitado piensa lo mismo del otro lado de la puerta. Salir del baño o entrar. Uno de los dos tendrá que tomar la decisión.
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