Lo difícil no fue el sexo,
fue cuando las almas estaban desnudas.
Andreas Dresen
La generación a la cual pertenece Inge es la de aquellas mujeres acostumbradas a pensar en los demás y no en ellas, a servir a la familia, a vivir de costumbres y hábitos, así lo expresa Andreas Dresen frente a los espectadores que vimos Entre nubes (Wokle 9, 2008), su película. Inge se ve invadida por la fuerza de la naturaleza; siempre tratamos de controlar las cosas en la vida, pero por suerte queda una que no se puede controlar: el amor, dice Andreas frente a un público que no ha hecho más que juzgar a la protagonista con preguntas moralistas después de la proyección.
Y es que difícilmente podríamos imaginar a dos setentones enamorados como quinceañeros haciendo el amor en una mezcla de cotidianidad y realismo; escenas cuidadosamente llevadas, espontáneas, como la vida de los protagonistas y los diálogos improvisados, pues resulta que no hubo un guión, sino que fueron esas personas de la tercera edad quienes construyeron la historia junto con el director. De hecho Dresen cuenta que cuando vio la película española Elsa y Fred se enojó mucho pues mostraba a los viejos como unos tontos, no era una anécdota creíble. Había que reivindicarlos con la historia de una mujer que decide liberarse y vivir sus sentimientos dejando a un lado los estereotipos de la vejez y sobre todo los que lleva una mujer per se: ser buena madre, buena esposa, buena abuela.
En cien minutos sale el sol, llueve y vuelve a salir, como las emociones de Inge, quien terminará confesándose con su esposo ante sus remordimientos ¿o sentimientos? Así se va construyendo una tragedia en un triángulo en donde tristemente sobra uno.
La primavera de Inge es intensa, es una historia que conmueve. No se le juzga por estar en las nubes, se le entiende.