Sucedió que un arquitecto pensó en dos ventanas y un albañil las construyó. Así fue como se encontraron y coincidieron. No necesitaron embonar una en la otra, ni siquiera se esmeraron en forzar las cosas entre ellas, sólo se acoplaron sin tener que decirse.
A veces una se abre, a veces la otra permanece cerrada, pero
no importa porque saben que en algún momento se van a coordinar sin cuestionar
por qué la pared donde reposa una está más sucia o por qué hay una grieta en la
pared donde vive la otra.
Las ventanas llevan años juntas. Hasta ahora han sobrevivido
a tormentas, granizos, rayos, fríos, temblores y rayos ultravioleta. Lamentablemente
su arquitecto no corrió con la misma suerte, sin embargo ellas siguen como el primer día.
Al
igual que las paredes conocen los secretos, aunque jamás osarían contarlos; distinguen
los gritos, las peleas y los murmullos de sus habitantes, incluso sus gustos
musicales. Son perspicaces, saben por
ejemplo, que la pareja del 403 jamás encontrará la pieza faltante del
rompecabezas y mucho menos la empatía. Hay momentos en que desearían
manifestarse y gritarles desde arriba “huyan de ustedes, nunca van a
coincidir”, pero esto no sucederá porque las ventanas no hablan.