viernes, 27 de junio de 2014

De cuando la afinidad no requiere de artilugios






Sucedió que un arquitecto pensó en dos ventanas y un albañil las construyó. Así fue como se encontraron y coincidieron. No necesitaron embonar una en la otra, ni siquiera se esmeraron en forzar las cosas entre ellas, sólo se acoplaron sin tener que decirse.

A veces una se abre, a veces la otra permanece cerrada, pero no importa porque saben que en algún momento se van a coordinar sin cuestionar por qué la pared donde reposa una está más sucia o por qué hay una grieta en la pared donde vive la otra.

Las ventanas llevan años juntas. Hasta ahora han sobrevivido a tormentas, granizos, rayos, fríos, temblores y rayos ultravioleta. Lamentablemente su arquitecto no corrió con la misma suerte, sin embargo ellas siguen como el primer día. 

Al igual que las paredes conocen los secretos, aunque jamás osarían contarlos; distinguen los gritos, las peleas y los murmullos de sus habitantes, incluso sus gustos musicales.  Son perspicaces, saben por ejemplo, que la pareja del 403 jamás encontrará la pieza faltante del rompecabezas y mucho menos la empatía. Hay momentos en que desearían manifestarse y gritarles desde arriba “huyan de ustedes, nunca van a coincidir”, pero esto no sucederá porque las ventanas no hablan.


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