lunes, 21 de noviembre de 2011
Epifanías
Pensó que el mar acabaría reuniéndolos, sin embargo las olas terminarían por soltarle ciertas revelaciones. Fueron ellas quienes darían pie a la separación, quienes finalmente se llevaron su intento fallido de amor.
sábado, 22 de octubre de 2011
Desmemoria
9257279-3, 5 60 96 98, Elba Bianchi Amormino, Mary González Pastor, Laura Fabiola Cervantes Cuellar, Juan Paco Pedro de la mar, 0 44 55 35 23 99 31. Los tiempos se mezclan, aún sigo recordando números de cuenta, viejos teléfonos, nombres de la infancia, canciones, los rostros de antaño, las frases. Lo de hoy también, pero a veces llegan olvidos y me burlo diciendo que comienza el Alzheimer. Entonces veo a mi madre, veo en su rostro las arrugas de los setenta y tantos, a ella haciendo sudokus como ejercicio para mantener viva la agilidad, una manda para seguir recordando, para conservar la mente gastada.
Bicicleta, cuchara, manzana son las tres palabras que Pasqual Maragall, ex alcalde de Barcelona, repite ante su doctora como un ejercicio de memoria desde que fue diagnosticado con Alzheimer. Desde ese momento creó la Fundación Internacional Maragall, como un ejercicio para mantener el optimismo y ayudar a personas en su misma situación, incluso a quienes están alrededor. Es un hecho que para la familia de Pascual también representa un ejercicio nuevo entender al padre enfermo.
Durante dos años Manuel Bosch, director de este documental, filmó la vida de Pasqual, así como de la gente que lo rodea: doctores, científicos, esposa, hijos, compañeros de trabajo. Y también la enfermedad en otras latitudes del planeta que viven el mismo drama; "es una película válida para todo el mundo, porque en todos los países pasa lo mismo, "comenta su director en una entrevista en El País.
Termina el documental, camino hacia mi casa y visualizo a mi madre con sus sudokus nivel 3 almacenados en el baño, ¿cuánta memoria seguirá almacenada en su cerebro? Entonces pienso que cuando la memoria desaparece, la muerte va ocupando espacio, es el relevo, quien termina ganando la carrera.
viernes, 2 de septiembre de 2011
Imaginario desbordado
Un sábado cualquiera, rumbo a Satélite, fui a ver a mi mamá. Estaba preparada para un recorrido caótico. Le di mis diez pesos a un chofer treintón y de mirada inquisidora tirándole a lo libidinoso, no tenía cambio.
Me esperaba al menos una hora de camino, la solución inmediata: dormir y así fue, hasta que sentí mi rostro hinchado de estar recargado en la ventana.
Amodorrada, estaba a punto de llegar, así que me levanté con los cabellos parados y fui hacia el chofer. Vi que su mirada se había transformado en la de un perro noble, incluso pecaba de transparente cuando me devolvió mi moneda de diez pesos. Le dije que eran dos pesos de cambio, me contestó que así estaba bien. Le pregunté ¿por qué?, no habló, parecía avergonzado. Gracias, le dije y mi mente recreó lo que en realidad había tras su reacción:
La flaquita no está de malos bigotes, me la quiero tirar ahorita, ya, ya, estoy caliente, pero hay muchos niños en el camión, tendrían que bajar todos para llevármela al callejoncito o de regreso en los andenes, tendría que pedir ayuda, seguro gritaría, entonces le acomodaría un cachetadón, pero no sería igual, pero ella no tiene la culpa de mi calentura, noestábiennoestábiennoestábien. Mmmta, qué chingados estoy pensando, ¡carajo! Le debo su cambio, sí sí sí, pero mejor le devuelvo sus diez pesitos y me olvido de ella, me dejo de chingaderas y dejo andar de pinche marrano.
Fue entonces cuando al bajar vi a la anciana estirar la mano, así que sin pensarlo le di el dinero sucio y seguí mi camino.
jueves, 16 de junio de 2011
Buenos días
Hoy cuando iba rumbo al trabajo pedaleando la luna iba adelante, intenté tomarle foto, pero se quedó sólo en mi recuerdo. Entonces agradecí haber estado con los ojos bien abiertos a las 6 de la mañana, ni siquiera pensé en la tristeza que me sugieren las personas que veo a diario sentadas en el metro esperando la rutina una y otra vez, ni tampoco en el cielo gris, ni en esa terrible salida del metro Tacubaya que inevitablemente me recuerda una escena de Irreversible. Yo sólo contemplé la redondez de esa luna, quise pedalear hacia ella pero desistí porque me quedaba a millones de años luz.
El calor del metro me devolvió la mañana gris. De nuevo esa salida del metro con su feria entre los puestos de jugos y los hombres de mirada turbia, de nuevo la rutina de los buenos días.
El calor del metro me devolvió la mañana gris. De nuevo esa salida del metro con su feria entre los puestos de jugos y los hombres de mirada turbia, de nuevo la rutina de los buenos días.
viernes, 27 de mayo de 2011
Punto de vista
Podía jactarse de "ver más allá", hacia las visceras y su pestilencia, hacia los fluidos y sus excreciones, hacia los principales órganos, inclusos hacia la sangre espesa de sus venas. El ciego entendía lo que pasaba en su interior, podía ver incluso hacia el lado de sus arterias, veía lo que los demás no, hacia adentro.
lunes, 9 de mayo de 2011
Verbo en pospretérito
Debería ser sencillo, pero lo llenamos de mierda. Debería ser fácil toparse con alguien, quizá en un parque y tomar una taza de café. Debería ser fácil abrazarse y juntar los labios y reírse de la sincronías, debería ser fácil hablar durante horas sin el temor de ser interrumpidos por llamadas ajenas, debería ser fácil besarse en el cuello y terminar encallados en la cama, envueltos en una niebla de calores. Debería ser fácil tomar un té después de un baño; darle nombre a una relación sin importar el prejuicio de caer en el cliché de “qué somos”, debería ser fácil creer que no está out tener novio. Debería ser fácil dar un beso de despedida en la puerta de la casa, debería ser fácil querer acompañar. Debería ser fácil dejarse de pretextos y de comodidades para no tomar la vida como es, debería ser fácil enamorarse, desenamorarse, desencularse, desapegarse y alejarse de los estorbos que succionan la energía. Debería ser fácil hablar de amor y desamor, hablar de lo que uno quiere, o mejor retirarse sabiamente. Debería ser fácil dar con el indicado y dejarse de pendejadas y de evasiones, de hombrecillos temerosos de encontrar su felicidad, hombrecillos a los cuales el mundo les queda grande. Debería ser fácil que un hombre y una mujer se tomen de la mano con la absoluta convicción de que estar juntos no es cursi, no mimetiza, no envilece, no agobia, no da temor, no quita puntos. Debería ser fácil darle un balazo al pasado y un puntapié al futuro, conjugar en presente y traspasar las telarañas. Debería ser fácil llegar hasta el colofón sin volver necesariamente a nuestros capítulos subrayados. Debería ser fácil el delete, el The End, el copy paste, el follow, el unfollow, el me gusta, el no me gusta, el me cagas, el te amo. Debería ser sencillo, pero lo llenamos de mierda.
sábado, 23 de abril de 2011
La cena
Nos sentamos a la mesa y callamos mientras pensamos en los años, en los planes, en que no los tenemos o que empezamos demasiado tarde, en que no queremos vernos como señores de 39 años que aparentan 50 años. Nos sentamos y miramos a nuestro alrededor y vemos que estamos vacíos, entonces nos angustiamos porque no queremos morir sin ser recordados.
La amiga corta los jitomates como puede, luego las nueces y piensa si llegará el momento en que esté preparando esa ensalada para una sola persona, el supuestamente “bueno”, el que quisiera ver frente a ella en vez de a sus dos entrañables amigos. El amigo 1 lanza fumarolas que se esparcen como sus pensamientos: el transcurso, la vida, los deseos, los proyectos. El amigo 2 olímpicamente brinca a otro tema como si temiera la observación adulta, como no queriendo escuchar las pláticas de sus papás mientras bebe vino y muerde la empanada de espinaca.
Esta vez la cena no tuvo dosis de irreverencia, de pronto los tres amigos hicieron mutis y en el fondo pensaron que sí, que son adultos sin planes, que no quieren ser peter panes atrapados en un cuerpo de cuarenta, que no desean permanecer en estado vacío, que los años están pesando y ellos están creciendo.
La amiga corta los jitomates como puede, luego las nueces y piensa si llegará el momento en que esté preparando esa ensalada para una sola persona, el supuestamente “bueno”, el que quisiera ver frente a ella en vez de a sus dos entrañables amigos. El amigo 1 lanza fumarolas que se esparcen como sus pensamientos: el transcurso, la vida, los deseos, los proyectos. El amigo 2 olímpicamente brinca a otro tema como si temiera la observación adulta, como no queriendo escuchar las pláticas de sus papás mientras bebe vino y muerde la empanada de espinaca.
Esta vez la cena no tuvo dosis de irreverencia, de pronto los tres amigos hicieron mutis y en el fondo pensaron que sí, que son adultos sin planes, que no quieren ser peter panes atrapados en un cuerpo de cuarenta, que no desean permanecer en estado vacío, que los años están pesando y ellos están creciendo.
domingo, 17 de abril de 2011
Tres mujeres 12 meses después
En la historia pasada las tres mujeres tenían algo en común, tenían una voz, una manera de moverse y de manejar a Eduardo. Hoy el panorama es otro.
Sofía, la que inyectaba endorfinas fue relegada a uno de esos recuerdos que hacen sonreír. Mariana siguió ocupando el lugar de abeja reina, Emilia dejó de tener pesadillas. La vida de Eduardo volvió a su camino preestablecido, a lo políticamente correcto, a escena de familia reunida en la cocina con el tazón de cereal y el clic clic de los cubiertos.
Sofía y Eduardo no volvieron a coincidir en el camellón-alfombra morada, de hecho concertaron una cita vía iPhone-Blackberry para verse y ponerse al tanto un año después. Una charla breve, reconocimientos, esas sonrisas, lo que pasó y se quedó grabado, palabras, mutismo, mirarse nuevamente a los ojos como antes, como ahora, sabiendo que no habrá lugar para los abrazos de minutos, sabiendo que caminarán, uno hacía la derecha y otro hacia la izquierda, sin mirar atrás.
jueves, 24 de febrero de 2011
Excluidos incluidos
Los excluidos siempre han ejercido cierta atracción en mí. A los 14 años o trece, no recuerdo, sentí la exclusión en todo su esplendor. Luego crecí. Sin embargo en el fondo a veces me sigo sintiendo excluida, aunque lo cierto es que he encontrado en ello cierto placer, un gustillo.
En esto pensaba después de ir por fin a uno de los ensayos de El Gran Continental, un espectáculo al aire libre de danza contemporánea, danza en línea y bailongo al estilo del mexicano que trae el FMX.
Podría empezar diciendo que el espacio per se ya implica una recarga de energía: Tlatelolco; podría decir que ver a 114 personas bailando me hace mover los pies durante todo el ensayo. Mujeres que no son bailarinas, cincuentonas, cincuentones, niños, niñas, flacas, gordas, morenos, claros, gente con dos piernas o con una sola formando un continente de cuerpos en constante movimiento donde las poses, o las soberbias, o la competencia no tienen cabida, únicamente la inclusión.
El calor, inevitable, resultado de la energía que flota en el salón. Y yo sólo quiero pararme y bailar al compás de la música, quiero aprenderme los pasos y no dejar de sonreír como Mariana Arteaga.
Mi amigo y yo nos vamos de Tlatelolco para refugiarnos en un barrio menos recargado. Cenamos por ahí y sin querer miro a la mesa de atrás, hay un vagabundo sentado a la mesa departiendo con sus amigos, un incluido más.
martes, 22 de febrero de 2011
Ardillas
Se supone que deberían estar refugiadas en los árboles, pero terminaron acostumbrándose al calor humano o quizá a los restos de comida desperdigados.
La mujer dedica su tiempo a estar con ellas, incluso les habla y les pone nombres a cada una. Las defiende de los perros que intentan cazarlas sin éxito alguno, mientras mira de reojo a sus dueños. Es tal su devoción que la piel ha comenzado a cambiarle de tono, digamos que un café oscuro, de ardilla. No muestra señales de amargura o desdicha ante la metamorfosis sino más bien una simbiótica perversión con esas ratas con estola que la rodean a la misma hora, como todos los días.
La mujer dedica su tiempo a estar con ellas, incluso les habla y les pone nombres a cada una. Las defiende de los perros que intentan cazarlas sin éxito alguno, mientras mira de reojo a sus dueños. Es tal su devoción que la piel ha comenzado a cambiarle de tono, digamos que un café oscuro, de ardilla. No muestra señales de amargura o desdicha ante la metamorfosis sino más bien una simbiótica perversión con esas ratas con estola que la rodean a la misma hora, como todos los días.
viernes, 4 de febrero de 2011
El invitado
Un pastel cremoso que provocaría unas horas después una revolución en el estómago, una botella de vino, dos amigos, el desconocido y su perra, la festejada y su perra, alrededor de la mesa. Finalmente el desconocido se animó a subir al departamento después del café que amablemente le invitó a la festejada. Plática larga, coincidencias, por ejemplo la amiga común.
En el parque se toparía con él y con su perra obesa, terminaría charlando como si se tratará del reencuentro con el amigo de la vida. No hubo espacio para los clichés o los lugares comunes. Lo más natural hubiera sido una charla educada y después retirarse sutilmente, pero no fue así. La festejada extrañamente perdida y a la vez relajada en ese día que no era precisamente de su devoción, olvidó las llaves de su casa dentro de su casa, como si en el fondo no deseara regresar. Llegó a pensar que su popularidad no la dejaría en paz ni siquiera el día de su cumpleaños, aunque en realidad sólo tenía una llamada perdida. Ese fue el motivo de la primera escala a su casa. En resumidas cuentas:
La festejada fue al parque y regresó a su casa por el celular olvidado, sin embargo al cerrar la puerta se percató que había dejado sus llaves dentro. Regresó al parque a buscar a su perra, la encontró jugando, después se encontró con el desconocido, quien le ofreció una charla con café. Sucedió que se cayeron demasiado bien, así que ella lo invitó a partir un pastel cremoso y a tomar una copa de vino con dos amigos, incluyendo a dos perras, una cachorra, otra obesa. Después vendría la revolución estomacal. Después ya no se sabe.
miércoles, 12 de enero de 2011
Los que nunca se encontraron
Mientras él está abajo, ella sube, cuando él sube ella baja. Uno gira a la izquierda, el otro a la derecha; él corre, ella camina, él mira buscando migajitas en el piso, ella mira buscándole formas a las nubes. Ella se viste de colores, él de negro, ella toma café, él leche con chocolate, ella odia a los gatos, él a los perros. Él se va por las escaleras, ella prefiere el elevador, él compra en el súper, ella en el mercado, él usa auto, ella bicicleta, él es como los cangrejos, ella va un paso adelante, él compra cereal de caja, ella avena de bolsita. Él siempre tiene calor, a ella le da frío hasta en pimavera, él es izquierda, ella derecha, él vive en su confort, ella le teme. Ella ama la música, él ama el caos citadino, ella sueña, él ya no. Ella toma riesgos, él se arrepiente de no haberlos tomado, él vive de costumbres, ella las repele.
Ella camina, él corre, ella corre, él camina. Llega un momento en que los dos caminan. Sin embargo no coincidirán en punto alguno, porque mientras él busca migajitas, ella estará contemplando las nubes perdidas.
Ella camina, él corre, ella corre, él camina. Llega un momento en que los dos caminan. Sin embargo no coincidirán en punto alguno, porque mientras él busca migajitas, ella estará contemplando las nubes perdidas.
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